¿Habrá una manera de saber si realmente existe la casualidad o todo está
invariablemente predestinado?
¿Acaso la Naturaleza en toda su sabiduría mantiene el balance de las
cosas?
Al
principio yo no creía en ninguna de esas posibilidades, siempre creí que el ser
humano estaba por encima de esas creencias, pero nada me había preparado para
un viaje tan profundo y oscuro.
Cuando partí desde Ganimedes con la expedición, solo esperaba encontrar
algo lo suficientemente valioso como para venderlo en el mercado negro. La excavación sería en un planeta totalmente
deshabitado, una masa de roca con una atmósfera muy fina.
La
primera parada la hicimos en la única luna de ese planeta, el segundo desde el
sol. Ya estaban excavando en esa luna, los domos ya habían sido instalados para
poder agilizar el trabajo sin tener que depender del oxígeno en los trajes, al
parecer en algún otro milenio había una gran ciudad subterránea, lo que hacía las posibilidades de encontrar
algo en el planeta más que atractivas.
Fue
una parada administrativa, se registraron las naves, equipos, tripulación y el
resto de los trámites burocráticos requeridos, tres horas después seguimos
rumbo hacia el planeta, desde esa distancia se veía como una esfera anaranjada.
La
nuestra era la trigésima expedición desde que llegaba al planeta desde que lo
descubrieran dos siglos atrás, de todas las expediciones solo una pudo
regresar, la vigésimo primera, pero solo permaneció en la superficie una semana.
Se
cuentan historias de monstruos, fantasmas y cosas por el estilo. Yo nunca creí
en esas cosas, solo buscaba encontrar fortuna, pero una serie de malas decisiones
me dejó sepultado en deudas, así que cualquier cosa que pudiera encontrar en
ese planeta serviría para devolverme mi anterior fortuna y tal vez agrandarla
un poco.
Algunos de la tripulación estaban teniendo segundos pensamientos con la
cercanía del planeta, pero la mayoría tenía una fe casi ciega en el científico
que encabezaba la expedición, jactándose de sus anteriores logros, como los de
Prima Murel, Tramper o las lunas de Ulises y de haber sido el descubridor de un
antiguo asentamiento en Ganimedes, justo debajo de la actual Capital.
Se
rumorea que muchos de los datos descubiertos en ese asentamiento le dan una
ventaja importante sobre el resto de las expediciones.
Dos días orbitando el planeta analizando la tipografía y cruzar referencias
con los datos de las expediciones anteriores y finalmente poder determinar el
mejor lugar para aterrizar.
La
primera sorpresa después del descenso fue descubrir que la atmósfera, a pesar
de ser fina, era respirable, solo necesitábamos filtro para el polvo, el que
estaba suspendido como si la gravedad no lo afectara en lo más mínimo, lo que
acentuaba el tono ocre del paisaje árido.
Dos hora tardamos en armar el campamento, después nos trasladamos hacia
el lugar donde comenzaríamos la excavación. Aún nos quedaban una seis o siete
horas de luz.
Los vehículos se detuvieron y empezamos con el armado del equipo,
detenerse a contemplar el paisaje era algo escalofriante, todo árido, ni la más
mínima señal de vida.
Una formación rocosa de unos veinte metros de alto nos protegería de los
ocasionales vientos.
Después de terminar el armado de los equipos comenzamos con la
excavación. Era la primera vez que hacía
algo así, pero los más veteranos no dejaron que mis expectativas tomen mucho
vuelo, se cava más de lo que se encuentra y las reliquias las manejan los arqueólogos.
Unas horas de comenzada la excavación y llegó
la primera complicación, al principio una suave brisa que pronto se transformó
en vientos de unos doscientos kilómetros por hora, duró unos cinco minutos, la
formación rocosa nos dio la protección necesaria para no lamentar ninguna vida
perdida, solo algunas herramientas. Así como llegaron esos vientos se fueron y
todo volvió a estar muertamente quieto. Vuelta al trabajo, revisando que no se
taparan los filtros de las máscaras.
Finalizado el primer día, los transportes nos llevaron de regreso al
campamento base. Quince guardias permanecieron en el sitio de excavación hasta
la mañana siguiente.
Ducha, cena y a dormir, no quedaban muchas energías para nada más
después de mi primera experiencia en ese trabajo.
La
alarma sonó antes de que hubiera luz solar, desayunamos y volvimos al sitio de
excavación. Durante la noche uno de los guardias desapareció al no poder
resguardarse a tiempo de la ráfaga de viento.
El
segundo día de excavación se avanzó mucho, tanto que cuando apareció el viento,
muchos nos quedamos resguardados dentro del gran pozo, pero aún ni una pequeña
prueba de reliquia ni nada.
El
tercer día comenzó con vientos muy violentos y extensos que los anteriores y
cuando la nave observatorio que estaba en órbita dio luz verde, era casi mediodía.
Llevábamos
unos cuarenta minutos excavando cuando unos compañeros cayeron en una grieta
que se abrió bajo sus pies, tres lograron agarrarse al borde y entre ellos, los
otros dos cayeron, aún estaban con vida, pero heridos, la caída tenía unos
cuatro metros. Los sacaron y el médico reparó los huesos rotos y curó los
moretones.
Uno de los arqueólogos descendió por la grieta y unos minutos después
subió con una gran sonrisa. La formación de la piedra donde los trabajadores
golpearon no era natural.
Desde ese momento el trabajo se intensificó y se volvió más cuidadoso al
mismo tiempo. Al final del día había quedado descubierta una plataforma de unos
quince metros cuadrados.
La
excitación fue interrumpida por otro derrumbe más grande por donde varios
caímos, algunos murieron y otros recibimos heridas y golpes. Al disiparse el
polvo y el shock vimos que habíamos caído en alguna clase de edificio, la luz
era muy poca y se estaba acabando, subimos a los heridos y los cadáveres para
volver al campamento base.
La
excitación por el descubrimiento se palpaba en el campamento, hasta el momento
no se tenían registros de un descubrimiento como este, pero se decidió esperar
al día siguiente para tener luz natural antes de adentrarse en la oscuridad subterránea.
Antes de que el sol asomara ya estaba todo listo para continuar con la
excavación, por protocolo habría una guardia armada también.
Un
grupo reducido encabezado por los arqueólogos fueron los primeros de bajar
mientras el resto esperábamos con los equipos listos el visto bueno para bajar,
pero una ráfaga de viento comenzó a azotarnos, no hubo señal previa, ni aviso
de la nave observatorio en órbita, el viento se volvía más violento y de pronto
se volvió en un tornado, lo que nos llevó a un caos total, se perdió gran parte
de los equipos y muchos compañeros, los que pudimos descender al edificio
salvamos el pellejo, al menos por el momento.
Al
terminar el tornado vimos que la salida estaba tapada, por unos interminables
segundos estuvimos a punto de caer en un pánico masivo, pero uno de los
arqueólogos nos distrajo al indicarnos una posible salida. Una escalera lo suficientemente
ancha para que cuatro personas bajaran lado a lado, bajamos sin encontrar una
salida, las puertas que encontramos estaban tapiadas por escombros, la oscuridad fuera de las linternas era
realmente áspera. Llegamos al final de la escalera, la que conectaba a un
pasillo, al final del cual parecía haber una luz tenue. Al llegar al final del pasillo
el arqueólogo nos indicó apagar las linternas al salir.
No
dábamos crédito a nuestros ojos, estábamos en medio de una ciudad, el pasillo
nos llevó a una terraza de un rascacielos, los edificios circundantes eran
mucho más bajos y si bien la luz era tenue, permitía ver en todas direcciones. La
luz era de un tono grisáceo como cuando las nubes espesas de tormenta tapan el
sol, pero no podíamos ver de dónde venía.
No
se veía señal de vida alguna y no parecía una ciudad en ruinas, aprovechamos el
espacio para hacer un recuento del equipo, provisiones y armas y lo repartimos
entre todos. Continuamos el descenso por otras escaleras hasta llegar a la
calle.
Era increíble que los edificios estuvieran en tan buen estado, pero no
había ningún vehículo abandonado, solo polvo. Uno de los guardias indicó que
detector de movimiento había captado algo, pero no se acercaba ni alejaba.
Avanzamos con cuidado un par de cuadras y al doblar la esquina nos
sonreímos al ver un cartel balanceándose.
Uno
de los hombres señaló hacia una ventana donde vimos unos destellos cosa que
llamó nuestra atención, un segundo después el detector de movimiento captó
varias señales por todos lados, estábamos rodeados, alguno comentó que tal vez
fueran sobrevivientes de las expediciones anteriores, pero el jefe de la
guardia nos indicó cubrirnos y prepararnos para pelear si fuera necesario. Sin capacitación
militar me preparé lo mejor que pude y los nervios me invadían casi sin poder
controlarlos.
Así como aparecieron las señales desaparecieron, el silencio era
absoluto y tétrico. Una nueva señal se acercaba por una calle transversal, al
aparecer por la esquina vimos a una especie de caballo y sobre su lobo un ser
extraño, portando algo parecido a un rifle. Se detuvo frente a nosotros y se
apeó de su montura, caminó despacio hacia nosotros con la palma de la mano
extendida frente a él.
El
arqueólogo en jefe se acercó con la palma de la mano extendida de igual manera,
esperando que sea señal de paz. Al quedar frente a frente cruzaron algunas
palabras y el arqueólogo regresó con el rosto muy pálido. Por lo que balbuceó el
arqueólogo supimos que habíamos transgredido terreno sagrado.
El
ataque fue tan repentino como violento, al parecer tenían municiones impulsadas
por explosión, aunque eran realmente letales, la mitad murió en ese comienzo,
los que no pudieron parapetarse cayeron también, y en cuestión de segundos solo
cinco de nosotros quedamos con vida. Nos rodearon y se acercaron apuntándonos
con sus armas, nos hicieron señas de soltar las nuestras, lo hicimos y después
todo se volvió oscuridad.
Cuando recobré la consciencia me encontré en una prisión, los otros
cuatro estaban en otras celdas, nos trajeron comida y agua. A la mañana
siguiente vinieron y se llevaron a dos de nosotros y no volvimos a saber de
ellos. A la otra mañana una comitiva llegó y uno de ellos se acercó a nosotros,
tenía la cabeza tapada por una gran capucha en su mano tenía un bastón con una
esfera de cristal en la empuñadura. Nos apuntó a cada uno de nosotros
deteniéndose unos segundos, al apuntar la esfera en mi dirección todos quedaron
sorprendidos, la esfera estaba brillando con una luz blanca.
A
uno orden de él, los otros cautivos fueron fusilados, el encapuchado se acercó y
abrió la puerta de mi celda, me indicó que los siguiera, me llevó a otra
habitación sin mucho más que paredes y un par de sillas, me señaló para que me
sentara, en un rudimentario intergac me explicó que mi llegada no era casual,
era mi destino llegar a ese planeta.
Desde
el comienzo del tiempo la vida evoluciona hasta que una o varias especies
desarrollan algún tipo de tecnología para su vida cotidiana, cosa que los aleja
de la esencia misma de la vida y cuando eso sucede llega el juicio, un ente de
esa especie será llamado para definir el futuro.
Ese
tiempo estaba por llegar cuando éste planeta era el único habitado por la
especie humana, pero los humanos usaron su tecnología para controlar y enterrar
al ente, lograron detener el juicio por el momento, pero convirtieron el
planeta en un gigante desierto, los que pudieron escaparon a las estrellas y
después de años de sobrevivir, proliferar y volver a construir su civilización,
se olvidaron por completo del planeta de origen. Ellos eran descendientes de
los que habían quedado atrás después de las detonaciones clase N que
convirtieron el planeta lleno de vida en un planeta muerto.
Ahora que me habían encontrado podrían corregir el error de sus ancestros,
dejando todo sobre mis hombros, yo me negaba a creerles, me sonaba más a una
leyenda que a algo real.
Me
llevaron a la gran bóveda donde comenzaría el final del juicio, allí había una
joven, cabellos dorados ojos rojos y sonrisa casi angelical, pero a pesar de su
apariencia frágil podía sentir que no lo era en absoluto.
Me
llevaron a otra habitación donde me dieron comida, limpiaron mi cuerpo y me
dejaron descansar hasta el día siguiente. Accedieron a mi pedido de volver al campamento
base y recoger un par de posesiones preciadas para mí, aprovecho a grabar este
mensaje y ponerlo en una cápsula, la que enviaré al espacio, la fina atmósfera
hará que llegue más rápido, con suerte el observatorio lo recogerá y podrán
montar un rescate.
“¿Eso es todo?”
“Si, eso es todo el mensaje, aunque la
cápsula tiene unos datos que parecen coordenadas.”
“¿Y bien?”
“En pantalla el planeta de origen del
artefacto.”
Los dos pares de ojos rojos miraban
asombrados la pantalla.
“Por el Gran Volcán, ¿Quiénes son éstos
humanos?”
“No lo sabemos, tenemos milenios de datos
y registros de diferentes especies y ninguna concuerda ni menciona esa especie.”
“¿Cómo explica que esa cápsula pudiera
despegar de nuestro propio planeta?”
“La única explicación posible es que estos
humanos perdieron el juicio.”
“No hay rastros de esa especie en ningún
planeta habitado y explorado.”
“Es posible que la completa extinción y
desaparición de todo rastro sea la consecuencia de perder el juicio. Cada
estudio del material da que éste objeto es más antiguo que cualquier registro
que se tenga.”
“Tal vez esto sea un aviso del espíritu
del Gran Volcán que no olvidemos la armonía que teníamos antes de depender
tanto de nuestra tecnología.”
“Tenemos que llevar esto al consejo y
rezar para que no sea tarde.”
La
nave con sus dos tripulantes se acercó al planeta llevando una reliquia de un
tiempo ya olvidado y perdido con la luna como silenciosa testigo.
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