La
risa de los niños se expandía por el espacio circundante, ese sonido puro y
sincero de absoluto gozo, inocente y lleno de energía. Ese sonido entró por la ventana y sacó de sus
pensamientos a Ingrid, quién se asomó para observar a los infantiles.
Una
suave sonrisa se dibujó en su rostro, iluminado por el sol cálido de primavera,
la brisa traía el aroma de las flores, la invadía una sensación pacífica muy
sobrecogedora, pero todos sabían que eran los últimos días de paz que tendrían.
Ya se acercaba el día en que la tormenta se desatara.
Ingrid
recordaba muy vagamente la última tormenta, era una niña, pero ya había sido
aceptada en la orden, a pedido del chaman de su pueblo. Desde el primer día la
habían entrenado y enseñado para esto, pero ahora que la hora se acercaba, los
miedos comenzaban a ganar terreno.
¿Qué
sucedería si no podía detener la tormenta? ¿Qué sería de la gente que dependía
de ella y de sus compañeros? Desde que aprendió a leer no hizo otra cosa que
estudiar, pasando semanas enteras dentro de la biblioteca, y cuando quisieron
restringirle el uso de la misma, para que no desatendiera sus otras
obligaciones, se las arregló para sacar libros y llevarlos a su habitación.
Era una de las mas instruidas y sentía
la obligación de hacer que todos esos años dieran buenos frutos, pero aún no
encontraba respuesta para su simple pregunta.
Nuevamente
las risas la distrajeron, miró hacia abajo y entonces lo vio, con su capa azul
flotando suavemente, los cabellos prolijamente peinados y su vestimenta impecable.
Varias veces había hablado con él durante algunos cursos que compartían, pero
solo fueron charlas superficiales sobre bobadas académicas. Aun así ella sabía
varias cosas de él.
“Igualmente
solo me ve como a una niña”, pensó, “además es cinco años mayor que yo”.
Alguien
golpeó la puerta y eso la despertó. Cuando abrió se encontró con un hombre de
unos cincuenta y tantos, su pelo blanco brillaba, pero sus ojos aún conservaban
el brillo de la juventud.
-¿Te
interrumpo?- Le preguntó dulcemente.
-No
maestro, por favor, pasa.- Ingrid abrió mas la puerta para que el maestro
pudiera pasar. El maestro observó los libros, se asomó por la ventana, volteó y
se apoyó en el marco con los brazos cruzados.
-Veo
que sigues estudiando.
-Si
maestro, estoy buscando la manera de detener la tormenta.
-Yo
también hice eso cuando entré en la orden, cinco tormentas han pasado desde
entonces, la que se aproxima será la sexta.
-Entonces
debe saber muchas cosas que aún no se.
-Eso
es cierto pequeña, pero hay algo que me preocupa mucho más ahora.
-¿Qué
es maestro?
-¿Cuándo
fue la última vez que saliste de la habitación?
-Esta
mañana, maestro.
-No
cuentes tus gateos a la biblioteca para sacar libros, se también que has
faltado a varias clases de esgrima y defensa.
-Bueno....-
Ingrid no sabía que decir, aunque la verdad saltaba a la vista.
-Afuera
se esta preparando un fiesta, la última antes de que nos caiga la tormenta
encima. ¿Por qué no estás allí con el resto de los jóvenes?
-Aun
tengo cosas que investigar maestro.
-¿Al
menos asistirás a la fiesta?
-Bueno...
-Me
pondré de muy mal humor si no lo hicieras.- Ingrid observó al maestro durante
unos cuantos segundos, no era muy amigable cuando perdía el humor.
-De
acuerdo, iré.
-¡Perfecto!
Entonces le diré a Narea que te ayude con la vestimenta, algo me dice que no
sabrás como prepararte para estas ocasiones, así que empieza a bañarte.
-¿Bañarme?
-Si
pequeña, llevas tanto tiempo encerrada que no te diste cuenta de los
preparativos y que la fiesta es esta noche.
-Pero,
no puedo, no tengo ni vestido ni....
-No,
no, mantén silencio, te prepararás y punto, Narea ya ha escogido un vestido
para ti.
-Si
maestro.
El
maestro salió del habitación y ella comenzó con el baño, avivó el fuego para
calentar suficiente agua. Aún no había acabado cuando entró Narea.
-¿Todavía
estás con el baño?- Le reprochó su amiga con una sonrisa. –Dicen que Nair no
tiene pareja para la fiesta, asi que podrás pedirle una pieza.- Ayudó a su
amiga a secarse sin dejar de hablar. –Vamos, vamos, te traje un vestido muy
especial. De seguro que te quedará hermoso.
-Ya
va, ya va,- Ingrid estaba comenzando a molestarse, -¿a que viene tanto revuelo?
-¿No
lo sabes? No de seguro que no, pasas tanto tiempo encerrada que no te das
cuenta de nada.
-Si,
si, el maestro ya me sermoneó al respecto, pero ¿que es lo que no se?
-Nair
estuvo preguntando al maestro sobre ti.
-¡¿Cómo
lo sabes?!
-Porque
lo escuché, fue por mera casualidad. Pero no te preocupes todo estará bien.
Ingrid
sintió que las rodillas le temblaban y que le faltaba el aire. Se acercó a la
ventana para respirar mejor. Unas cuantas bocanadas de aire y se tranquilizó un
poco. Recién entonces reparó en los adornos que habían puesto por la ciudad y
los distintos preparativos.
Cuando
se miró al espejo no se reconoció, el vestido elegante, el pelo suelto, pero
peinado prolijamente y el maquillaje. Narea la observaba con una sonrisa de
satisfacción y alegría pura.
-Cuando
te vea caerá a tus pies.- Dijo.
-No
quiero que nadie caiga a mis pies.- Replicó Ingrid sonrojándose.
-Vamos,
era un comentario, una forma de decir. Ahora espérame, voy a cambiarme y
vuelvo.
Después
de que Narea se fuera Ingrid continuó contemplando su imagen en el espejo,
había algo raro, además de lo obvio, era casi familiar, pero no estaba segura
de que era. Busco uno de los libros y lo ojeo, pero no encontró lo que creía
que encontraría. Cuando Narea entró le chilló por estar otra vez metida en los
libros.
-Vamos
es hora que bajemos, el Maestro nos está guardando buenos lugares para el
banquete.
Bajaron
y se encontraron con mucha gente, todos con ropas elegantes, varias compañeras
de Ingrid susurraron entre ellas cuando la reconocieron, hasta que llegaron
donde el maestro.
-Finalmente
lograste sacarla de los libros. Se ven hermosas.
-Gracias.-
Ingrid se ruborizó un poco.
-Bueno,
sentémonos, que la cosa está por empezar.
Se
sentaron donde el maestro les indicara, para sorpresa vieron que en el asiento
junto a Ingrid estaba Nair, quién se puso de pie para recibir a las jóvenes.
-Narea,
Ingrid, se ven realmente bellas esta noche.- Dijo con una leve reverencia.
-Gracias.-
Dijo Narea, que le dio un leve codazo a Ingrid, quién miraba el piso sin saber
que hacer.
-Gra..
gra... gracias.- El susurro apenas si fue escuchado.
Se
sentaron y al poco tiempo comenzaron a servir la comida, los nervios carcomían
las entrañas de Ingrid, se encontraba en una situación desesperada, sin saber
como comportarse, tanto conocimiento extraído de los libros, pero nada que
pudiera servirle en ese instante, agravando la situación, ante cada pregunta de
Nair ella le respondía con una estupidez más grande cada vez. El Maestro se
sentó junto a ellos y comenzó a hablar sobre trivialidades, distrayendo la
atención de Nair para que Ingrid pudiera calmarse un poco.
La
música comenzó a escucharse con más ritmo y fuerza, la mayoría de la gente
comenzó a bailar. Varias muchachas merodeaban la mesa de Nair, pero ninguna se
atrevía a interrumpir mientras el maestro estuviera presente.
-Vamos,
¿qué esperas?- Le susurró Narea, -invítale a un baile.-
Ingrid
estaba paralizada, el corazón parecía que saldría despedido de su pecho,
respiró bien hondo para calmarse un poco y tomando todo el coraje del que fuera
capaz dijo con un hilo de voz entrecortado.
-Nair,
¿puedes..... quieres....
-Si.-
Nair se levantó ofreciéndole la mano. –Vamos a bailar.- Ingrid tímidamente tomo
la mano de él.
-Yo,...
este.... yo... no se bailar muy bien.- Le dijo mientras iban a la pista. Nair
acercó un poco su cara a la de ella y le dijo al oído.
-Yo
tampoco, pero mantén mi secreto y yo el tuyo. ¿si?- Le sonrió y al ver la
honestidad en sus ojos pudo relajarse mientras tomaba la otra mano y comenzaba
a moverse suavemente al ritmo de la música. Bailaron sin importarle lo que
sucediera en torno a ellos, y cuando la vio más calmada le hablo. –Supe que pasas
mucho tiempo en la biblioteca.
-Si...
pero eso era antes.
-¿Antes?
-Ahora
ya no paso tanto tiempo en la biblioteca, no me lo permiten.
-Ah,
¿eras tú entonces? Escuché a una de las bibliotecarias comentar el hecho de que
tuvieran que restringir el uso de la biblioteca a un estudiante. Supuse que era
por mal comportamiento dentro de la biblioteca, pero nunca imagine que fueras
tu a la que sancionaron.
-No
fue una sanción, fue para evitar que me convirtiera en parte del mobiliario.
-¿Enserio?
Bueno, me alegro que no te convirtieras en una rata de biblioteca.
Mientras
hablaban sus movimientos se sincronizaban a la perfección y sus cuerpos
bailaban cada vez más cerca uno del otro sin que ellos se dieran cuenta.
-Igualmente
no creo que puedas llegar a vivir rodeada de libros.
-¿Por
qué lo dices?- Preguntó sorprendida.
-Porque
eres muy buena con la espada y en la lucha.
-No
creas todo lo que te dicen, no soy tan buena.
-No
es necesario que nadie me lo diga.
Siguieron
bailando mientras que para ellos solo había pasado un momento el resto ya
estaba necesitando algunos minutos de descanso.
-Puf,
necesito un poco de aire.- Dijo Narea abanicándose con la mano. -¿Podrías
traerme algo para beber?- Preguntó al muchacho que la invitara a bailar, éste
asintió y se perdió entre la multitud.
-¡Detesto
estos bailes!
-¿Qué
sucede Eonil?- Preguntó Narea a la joven.
-Siempre
es lo mismo, nunca puedo invitar a quien quiero para bailar, y quien me invita
no hace más que pisarme durante todo el baile.
-Bueno
no es tan terrible, ven vamos a la muralla a tomar un poco de aire fresco.
-Pero
tu pareja acaba de ir a buscarte una bebida.
-No
tengo sed.- Dijo riendo Narea. –Solo se la pedí para que se fuera, resultó ser
un fiasco.
Ambas
se abrieron camino entre la gente hasta las escaleras por las que llegaron a lo
alto de la muralla que protegía la ciudad. La primera Luna estaba en lo alto
alumbrando todo con un tono plateado, mientras la segunda, mas grande,
comenzaba a aparecer en el horizonte, el bosque que rodeaba a la ciudad se veía
tranquilo.
-Ah,
un poco de paz y aire fresco.- Dijo Narea. –Estaba asfixiándome ahí abajo.
-Parece
que a tu amiga Ingrid no le pasa lo mismo.
-SI,
mírala. Al fin está contenta.
-Si
sigue así durante un par de piezas mas será la envidia de todas hasta que termine
el año.- Comentó riendo Eonil.
-Ya
me parece escucharlas, “la maldita rata de biblioteca bailó toda la noche con
él, de seguro que hizo algún hechizo esa bruja”.- dijo riendo con tono burlón
Narea.
-¿Lo
hizo?
-¿Qué,
un hechizo? No, ni siquiera sabía que hoy sería la fiesta.
-Es
extraña Ingrid.- Comentó Eonil.
-Bueno,
¿me dirás a quién no pudiste invitar esta vez?- Le preguntó confidentemente
Narea.
-A
la misma persona que las ultimas fiestas.
-¿Por
que no lo invitas antes de la fiesta para que nadie pueda robártelo?
-Es
que... no es tan simple, la gente hablaría y se me dificultaría mucho el día a
día y a esa persona también.
-No
puedo creer que en verdad te preocupe lo que digan, eso es algo que nunca te
escuche decir.- Eonil miraba el piso y jugueteaba con los dedos nerviosa, Narea
se acercó y le rodeó los hombros con un brazo. –No te pongas tan nerviosa.
-Es
que.- Levantó la mirada quedó frente a Narea, sus ojos se encontraron y sus
rostros permanecieron a escasos milímetros uno del otro.
Una
ráfaga de viento apagó las antorchas de la muralla. Era un viento frío, muy
frío para la época.
-¿Qué
fue eso?- Preguntó Narea. -¿Una corriente helada viniendo del sudoeste?
-Eso
no es normal.- Respondió Eonil.
Abajo
la gente continuaba bailando, la música y las risas se escuchaban claramente.
Narea y Eonil se asomaron para ver mejor, fuera estaba el claro que rodeaba la
muralla y más allá el bosque, todo parecía normal.
-Vamos,
no debe ser nada.- Narea tomó la mano de Eonil y la volteó, sus dedos se
entrelazaron y sus ojos se encontraron nuevamente. Eonil se acercó un poco más
a Narea, pero se frenó. -¿Esto es lo que te tenía tan mal durante las fiestas?-
una dulce sonrisa se le dibujó en el rostro, con la mano que tenía libre
acarició el rostro de Eonil y un segundo después estaba besándola. Eonil estaba
desconcertada y sorprendida por la actitud de Narea.
-Como
te había dicho hace tiempo, aquí las cosas son distintas, hay mas de nosotros
de las que imaginas y la gente nos acepta normalmente. Así que no tienes de que
preocuparte.
Una
nube paso frente a la menor de las lunas, afectando la iluminación y una espesa
neblina avanzaba desde el bosque, uno de los guardias notó algo extraño y
permaneció alerta observando el fenómeno. Le pareció ver algo, la duda carcomía
su cerebro, apretó bien fuerte la lanza, pero nunca pudo dar la voz de alerta.
Uno a uno los guardias externos fueron desapareciendo mientras la niebla
avanzaba lentamente como si estuviera reptando.
Eonil
interrumpió el beso, pero Narea quería seguir la acción.
-Espera,
¿escuchaste eso?
-Algo
que se habrá caído, nada de que preocuparse.
-No,
sonó como algo pesado y lo único pesado que hay sobre las murallas son los
guardias. Ven vamos a ver, es mejor estar seguras.- Se acercaron al borde
exterior y quedaron paralizadas, vieron como la niebla se acercaba y el último
de los guardias de la muralla sudoeste desaparecía. Eonil fue la primera en
reaccionar, en su tierra natal eran comunes los ataques de bandidos y bestias
salvajes a las aldeas, por lo que los niños aprendían casi antes que caminar a
reaccionar rápido ante un peligro. –Vamos hay que dar la alarma.- Tiró del
brazo de Narea mientras corría hacia la campana, subieron trabajosamente la
escalera con los vestidos trabándose constantemente. Cuando llegaron a la cima
vieron que la niebla envolvía a la ciudad. –Estamos cercados.
Entre
ambas hicieron sonar la campana, el gong era fuerte y claro, hizo que todos en
la fiesta se detuvieran en seco. Levantaron la vista y vieron a las niñas
moverse con desesperación.
-¿Qué
estará sucediendo?- Preguntó Nair.
-Son
Narea y Eonil, pero que... – Una puntada en su pecho, un escalofrío por la
espalda. No podía ser cierto, aún no era la época, aún quedaba un mes más.
Corrió hacia la torre donde se encontraba su amiga, pero se detuvo. La niebla
comenzaba a descender desde el muro.
-¡Los
guerreros a las armas!- Gritó el anciano maestro. –El resto al refugio.
Al
instante siguiente hubo dos grupos de gente moviéndose en direcciones opuestas,
muchos corrían, pero otros tantos lograban mantener la calma. Ingrid y Nair
corrieron en busca de un arma. Nair recibió una espada con la empuñadura
finamente labrada, pero a Ingrid no quisieron darle ninguna.
-Aún
no estas preparada para esto.- Le dijo el armero.
Ingrid
con visible enojo se recogió el vestido y corrió hacia su habitación, entró y
abrió el cofre que guardaba debajo de la cama. Sacó un cinturón con dos fundas,
en ambas había dos cuchillos largos y corvos, se ajustó el cinturón, pero no
podía sujetarse bien las fundas por el vestido. El tiempo apremiaba, desenfundó
uno de los cuchillos y cortó el vestido, un tajo en cada costado, como para
dejar las piernas con mas libertad y pudo ajustarse las fundas, el hacha y la
daga los sujetó con el cinto en la espalda. El gong sonaba con más
desesperación.
Salió
y corrió lo más rápido que pudo, habría sido mejor cambiarse de atuendo pensaba
mientras corría, pero no había tiempo. Llegó al patio, todos los guerreros
estaban listos para el combate, el miedo se sentía en el aire, pero la determinación
era fuerte, todos habían jurado mantener la defensa aunque les costara la vida.
-¡Ingrid!,
¿qué haces aquí?- Preguntó Nair al verla.
-¿Narea
y Eonil?- Preguntó en respuesta.
-Aún
en la torre, nos han cerrado el paso.
-Hay
algo extraño aquí.- Un soldado de varias batallas ya, hablaba para si mismo,
pero sin darse cuenta que lo hacía muy fuerte. –Ya tendrían que verse las
sombras por lo menos, esto no está nada bien.- El pánico comenzaba a dibujarse
en su rostro.
Ingrid
prestó atención a la niebla, estaba ya a unos escasos metros pero no veían ni
rastro de los atacantes. De pronto numerosas hachas cortas salieron desde la
niebla cortando el aire y dando muerte a varios guerreros.
-¡Maldición!.
Están muy bien protegidos por la magia.
Ingrid
se concentró algo en su interior comenzaba a hervir, lentamente comenzó a
percibir los movimientos, sentía como las criaturas se movían dentro de la
niebla. Se preparaban para otro ataque con las hachas.
-¡Cúbranse!-
Gritó Ingrid al tiempo que desenfundaba una de las cuchillas para desviar un
hacha y lanzarse sobre la niebla, pese a los gritos de Nair. Ahora solo se
escuchaba el sonido de la batalla, el choque de aceros los aullidos de dolor.
Nair preparó su espada y se lanzó a la carga, para su sorpresa dentro de la niebla
le resultaba fácil encontrar a sus oponentes, criaturas parecidas al puma, pero
con forma humanoide. Evidentemente no esperaban que los atacaran dentro de la
niebla y comenzaban a sentir el miedo. Ingrid y Nair se abrieron paso hasta la
torre, subieron hasta que encontraron a Narea y Eonil.
-¿Están
bien?
-Si
Nair, gracias, ¿cómo bajaremos ahora?
-No
tendremos que esperar muchos más, se está retirando la niebla.- Dijo Eonil.
Era
cierto, la niebla se retiraba aun mas rápido de lo que había avanzado. Gracias
al avance de Ingrid y Nair el resto de los guerreros se lanzaron a la carga
ganando nuevamente el terreno perdido, pero el panorama no era alentador,
numerosos cuerpos yacían sin vida, y ninguno de los atacantes.
-Bueno
con eso quedó arruinada la fiesta.- Dijo el maestro. –¡Refuercen la guardia y
preparen defensas extras!
Los
cuatro jóvenes llegaron donde el maestro.
-¿Nosotros
que hacemos?- Preguntó Nair.
-Ayuden
a la vigilancia. Ingrid ven conmigo.- Nair, Narea y Eonil subieron nuevamente a
la muralla y observaron las sombras del bosque con aprensión. Mientras el
maestro caminaba con Ingrid a su lado.
-Fue
algo muy valiente lo que hiciste.
-Gracias.
-Valiente
y estúpido.- Le reprochó el maestro. –Por las lunas, ¿en que estabas pensando
cuando entraste en la niebla?
-Bueno,
en realidad no lo se, fue como si algo me empujara, sentía la presencia del
enemigo y .....
-Esta
bien, esta bien, no necesito que me expliques más.- Se detuvo y contempló a la
niña, después de su primera batalla estaba serena como si no hubiera pasado
nada. –Solo una pregunta más, ¿de donde sacaste esas armas?
-Son
herencia familiar, me las dejó mi abuela.
-Veo...,
han sido útiles. Ahora ve con tus amigos, tal vez tengamos mas visitas antes de
que despunte el alba.- Ingrid corrió en hacia la muralla. –Pensé que era solo
un leyenda... es mejor estar seguro...- El maestro entró en la biblioteca
diciendo frases como esas.
Durante
el resto de la noche no hubo mayores disturbios, alguna que otra aparición,
pero nada que anunciara un ataque. El día siguiente a la fiesta fue muy
distinto a lo que todos esperaban, innumerables lagrimas se derramaron por los
caídos. Y los preparativos para futuros ataques fueron mas veloces y
minuciosos.
-¿Has
visto al maestro?- Preguntó Ingrid.
-Está
en la biblioteca.- Respondió Narea. –No ha salido en toda la noche.
Ambas
caminaban en dirección a sus habitaciones, Ingrid estaba ansiosa por sacarse el
vestido y dormir un rato, le resultaba extraño que a pesar de la batalla ella
se sentía espléndidamente.
Dos
semanas pasaron desde la fiesta. Ingrid y Nair pasaban más tiempo juntos, Narea
y Eonil compartían la misma habitación ahora. A pesar de los temores de Eonil,
ellas no eran el centro de los rumores, y le agradó comprobar que eran mucho
más tolerantes que en su tierra natal.
-¿Por
qué se habrán adelantado tanto?- El anciano maestro pensaba en voz alta.
-Eso
no fue nada bueno.- Respondió el maestro sin levantar la vista de sus
garabatos. –Por poco y nos barren con una simple excursión.
-Tal
vez ahora tienen más fuerzas que antes.
-No
lo creo, por como se dieron las cosas, es evidente que solo era una avanzada de
reconocimiento , vinieron a tantear el terreno.
-Linda
impresión les dimos.- El anciano miró por la ventana de la biblioteca. –Pero no
eran nuestras fuerzas lo que buscaban medir.- El maestro levantó la vista. –De
seguro ya sabe de ellos.
-¿De
que estas hablando?- Preguntó el maestro.
-De
la niña.- El anciano volteó y clavó sus ojos en los de su compañero. –No
pretendas hacerte el estúpido, no olvides que fui yo quién aceptó su ingreso
desde tan temprana edad, y no la he perdido de vista desde entonces.
-Está
bien, no dije nada porque quería estar seguro, según los escritos antiguos ella
encaja en casi todo, pero hay algo que me descoloca y me hace dudar seriamente...
-Lo
se, ninguna de las anteriores ha mostrado interés en el conocimiento, salvo de
batalla, y nuestra niña es casi una rata de biblioteca, pero también está el
muchacho, y ya vimos como manejan las armas, en especial la niña. Todo indica
que esta será una linda tormenta.
-¿Qué
haremos ahora?- Preguntó el maestro con temor en la voz.
-Prepararnos
lo mejor que podamos para seguir el ritmo de esos jóvenes, si es que tal cosa
sea posible.